Personajes Alfonso Diez |
* El apellido Victoria, ¿era el de su padre?
Tlapacoyan, una ciudad del estado de Veracruz ubicada
entre Teziutllán y Martínez de la Torre es no solamente la cuna de la zona
arqueológica de Filobobos y los
“rápidos” del río con el mismo nombre; su historia está ligada de manera
importante al rechazo de la Segunda Intervención Francesa, en 1865, y al que
fue Primer Presidente de México, Guadalupe Victoria.
Éste escogió Tlapacoyan para vivir los
últimos días de su existencia, junto a su querida esposa María Antonia Bretón y Velázquez. Para el efecto, Victoria
compró la hacienda de El Jobo,
perteneciente al municipio de Tlapacoyan y ahí sufrió la enfermedad terminal
que lo llevaría a morir a la Fortaleza
de San Carlos, en Perote.
La historia que sigue, podríamos decir que
tiene un comienzo en el “Personajes”
que el autor de estas líneas publicó el 12 de diciembre de 2007.
Aunque Guadalupe Victoria nació en Durango,
se sentía veracruzano; en Veracruz libró batallas importantes y compró su
último hogar, ahí trabajaba la tierra y ahí vivió los momentos más felices de
su vida, junto a la mujer que le inspiró el amor que lo acompañaría en sus
últimos días.
El próximo 21 de marzo se cumplen 166 años de
su muerte y todo parece indicar que Tlapacoyan le rendirá un merecido homenaje.
La ciudad, por cierto, tiene ahora un museo
ubicado en la calle de Ferrer, en el
número 203, en el que se exponen documentos y objetos que forman parte de
su historia. Armando Victoria
Santamaría, don Guadalupe era su chozno, donará al museo documentos y
otras pertenencias de su tatarabuelo en ocasión del homenaje referido.
Pero, ¿Por qué El Jobo, Tlapacoyan y
Victoria? Una serie de coincidencias, que se verán a continuación, impulsaron
al que suscribe a develar la historia:
El Jobo
La hacienda de San Joaquín del Jobo fue fundada a finales del siglo 16
por los frailes filipinos que llegaban a Acapulco en la “Nao de la China” y
cruzaban el territorio mexicano del Océano Pacífico al Golfo de México. Su
extensión era del orden de cientos de miles de hectáreas; los límites del El
Jobo entonces estaban señalados en una franja de diez kilómetros de ancho que
corría comenzando al poniente por una mojonera, que a la fecha existe sobre la
carretera Tlapacoyan-Martínez de la Torre (a dos ó tres kilómetros de
Tlapacoyan), y al oriente llegaba a la costa del Golfo de México e incluía en
su interior lo que ahora son las ciudades de Nautla, San Rafael y Martínez de
la Torre.
Los frailes filipinos sembraban mora (morera) y criaban gusano de seda.
El general Guadalupe Victoria,
primer presidente de México, compró el Jobo el 14 de diciembre de 1825 a doña María
Rita García Nieto y a Tomás Cordero,
curador en nombre de los hijos Román y
Pablo José Llonin de la Torre, quienes la obtuvieron del capitán Juan Bautista de la Torre y de José Lorenzo de la Torre, a su vez
sobrinos y herederos universales, el 27
de junio de 1804, de Francisco de la
Torre, propietario del Jobo desde años antes, hijo de Sebastián de la Torre y de Damiana
de Paral y originario de un lugar de España descrito de la siguiente
manera: “…natural de los Reinos de Castilla, Principado de Asturias, Lugar de
Llonin (¿Llunin, Lleni?), Concejo de Cangas de Onis, Obispado de Oviedo,
Montañas de Santander”.
Había un préstamo de la Iglesia Católica sobre la hacienda a Guadalupe
Victoria, por medio de lo que sería su “Caja de Ahorros” o de Préstamos llamada
“Juzgado de Capellanías”, y hasta 1861 no se habían podido auditar los
documentos que dejó Victoria al respecto debido al desorden en que se
encontraban.
Pero el ex presidente reconoce la deuda en su testamento de 1842, donde
dice que debe al Juzgado de Capellanías de México “diez y seis mil setecientos
y pico de pesos”, además de los réditos, y que debe también ochocientos treinta
y seis pesos al Convento de la Encarnación por una fianza que otorgó.
Victoria declara también, en la cláusula 8 del mencionado testamento,
que está pendiente de decidirse el arbitraje de un juicio sobre el pago de ocho
mil pesos que le reclaman los antiguos propietarios de El Jobo, que él no
reconoce y para esto se apoya en documentos que refutan el reclamo.
Armando Victoria Santamaría, descendiente de don Guadalupe y autor de “El Águila Negra”, biografía y compendio de documentos del general,
sostiene que tiene documentos con los que se comprueba que el general pagó la
hipoteca de la hacienda y la liberó.
Lo cierto es que el 28 de
diciembre de 1878, Juan Bautista
Diez Martínez Gil compró la hacienda “San
Joaquín del Jobo” de 2,835
hectáreas, 4,955 metros cuadrados, de extensión, equivalente lo anterior a sesenta y seis caballerías, veintiséis y un
octavo centavos cuadrados, según la escritura correspondiente, firmada en
la Ciudad de México ante el Notario
Público Gil Mariano León.
Liquidó todas las deudas.
Pagó $20,000.00 a Rafael Martínez de la Torre y Cuevas,
albacea del intestado de su padre, el licenciado Rafael Martínez de la Torre, a quien por cierto podemos recordar
como el abogado defensor de Maximiliano durante el juicio que culminó con la ejecución del emperador y de Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas,
Querétaro, en 1867.
Martínez de la Torre había comprado la hacienda el 23
de febrero de 1857 a Francisco De
Paula López, hijo y albacea de la herencia de Guadalupe Victoria; fue
también propietario de unos terrenos en Buenavista, Ciudad de México, que
fraccionó para formar la colonia Guerrero.
Otra parte que fue del Jobo incluía Paso de Novillos, hoy Martínez de la
Torre y abarcaba hasta lo que hoy es Gutiérrez Zamora. Del nombre de Rafael
Martínez de la Torre se derivan, evidentemente, los nombres de las ciudades de
San Rafael y Martínez de la Torre.
El licenciado Martínez de la Torre, que nació en Teziutlán en 1828,
falleció en 1876, dos años antes de la venta del Jobo a Juan B. Diez, en 1878, en la Ciudad de México;
En El Jobo, don Juan Bautista se dedicó al tabaco, del cual tenía
sembradas 200 hectáreas de muy buena calidad. La hoja de tabaco de la hacienda
era reconocida mundialmente como la “Hoja del Jobo”, misma que era vendida a la
tabacalera de “El Buen Tono” fundada por Ernesto Pugibet, y se encontraba en la
Ciudad de México, cerca de la estación de radio XEW. La del Jobo se llamaba Fábrica de Puros La Estrella.
Tenía 2,000 novillos de engorda, ganado bravo, 2 mil hectáreas de
potreros y 200 de caña; en la hacienda se destilaba alcohol, el alambique
estaba en lo que ahora es la planta de energía eléctrica El Encanto.
Los límites de la hacienda comenzaban igual que en la época de don
Guadalupe, en la mojonera cercana a la ciudad de Tlapacoyan y de la misma
formaban parte lugares como Piedra Pinta, La Palmilla, Filipinas (llamado así
en alusión a los frailes filipinos) y El Encanto; terminaba, por un lado en
Arroyo Agua de Obispo, en el Río Alseseca, que nutre a El Encanto (Vega de
Alseseca) y por otro en el Río Sordo.
Adalberto Tejeda Olivares, gobernador de Veracruz de mala memoria (1920-1924), expropió la mayor
parte de la hacienda y la dejó en 450 hectáreas y en 1930 ó 31 hizo otra
expropiación que la dejó en 150 hectáreas, entonces la familia Diez Cano se vio forzada a venderla y
lo hizo a Wenceslao Quintana Aras,
quien venía de España, de un lugar
de las provincias vascongadas llamado Arcentales
(Artzentales), Vizcaya, en 1942; y éste la vendió a la familia Macip, en 1950.
A la fecha, del Jobo solamente queda el casco de la hacienda en poder de
la familia Macip. Los Macip son de
Zacapoaxtla, Puebla, pero tres de ellos se casaron con tres de las hijas de Matilde Arámburo Diez y de Carlos
Lanzagorta: Armando con Carmelita, Carlos con Mapy y el doctor Macip con Mary
Lanzagorta Arámburo. El detalle llama la atención porque ellas son
tataranietas de Juan B. Diez, a quien perteneció antes El Jobo.
Otra coincidencia es que la casa en Tlapacoyan donde ahora está el museo
de la ciudad se ubica en el que fue el hogar de la familia Diez Cano, nietos de Juan B. Diez. ¿Parentesco? Sí. El que esto
escribe es hijo de Alfonso Diez Cano y además, conserva en su poder las escrituras originales de El Jobo, empastadas
en cuero (como se estilaba entonces) que le proporcionó su tío, Alejandro Diez Cano.
Guadalupe
Victoria
Nació el 29 de septiembre de 1786 en San Ignacio de Tamazula, Galicia (hoy Durango); su verdadero nombre
era José Miguel Ramón Adaucto Fernández
Félix y murió el 21 de marzo de 1843 en la Fortaleza de San Carlos, en la
ciudad de Perote, Veracruz.
Fue Presidente de México del 10 de octubre de 1824 al 1 de abril de
1829; al terminar su mandato se fue a vivir al Jobo. Estuvo casado con María Antonia Bretón y Velázquez, a
quien conoció siendo una niña en Huamantla, Tlaxcala, durante una visita que le
hizo a su padre, José María Bretón;
se enamoró de ella y le dijo: me voy a
casar contigo y se lo cumplió en 1839.
Se fueron a vivir a El Jobo y a finales de 1842 don Guadalupe se puso
muy enfermo: era epiléptico y por lo que reveló la autopsia practicada en la Fortaleza
de San Carlos pocos días después de su muerte tenía el corazón muy dañado. El
médico enviado desde la fortaleza para atenderlo, por instrucciones del
presidente provisional de México, Santa Ana, lo trasladó a la ciudad de
Tlapacoyan, de ahí a Teziutlán y luego a la fortaleza, donde como ya se dijo
antes falleció.
Las cartas de Antonia Bretón,
descubiertas hace poco tiempo, revelan, contra lo que sostenían algunos
biógrafos de don Guadalupe, que ella
estuvo a su lado hasta su fallecimiento y recibió sus pertenencias (no su
hermana Gertrudis).
Cuatro años después, en 1847, María Antonia se casó con su primo o sobrino, José de la Luz Rosains y Bretón y murió
en Huamantla, Tlaxcala, en 1852.
Un dato importante es el hecho de que Victoria, al nombrarla en el testamento
que realizó en 1842, se refiere a ella como María Antonia Bretón y Velázquez, por lo que debemos suponer,
evidentemente, que el apellido de la madre de Tonchita, como le llamaba el ex presidente, era Velázquez.
En el Codicilo del Testamento de Guadalupe Victoria, realizado el 19 de diciembre de 1842, destaca un punto de suma importancia: el ex presidente declara ahí que es hijo legítimo del señor Manuel Fernández de Victoria y de doña Alejandra Félix, esto echaría por tierra la versión de que don Guadalupe, cuyo verdadero nombre, como ya se dijo, era José Miguel Ramón Adaucto Fernández Félix, adoptó el apellido Victoria como parte del pseudónimo que utilizaría en la lucha por la independencia (el nombre, Guadalupe, estaba inspirado en la Virgen). La realidad sería, entonces, que Victoria era el segundo apellido de su padre y nuestro personaje lo adoptó como suyo... Pero: el autor de estas líneas tiene a la vista una copia fotostática del mencionado Codicilio, que le proporcionó Armando Victoria Santamaría y no puede, en consecuencia, afirmar que es copia auténtica del original. La historia no termina aquí, pero sí este Personajes. |